Gabriel Ruiz Ortega escribió sobre AUSTIN, TEXAS 1979 con una claridad y una contundencia que recuerdo muy pocas veces en la crítica literara peruana. Más allá de que se trate de mi novela, siempre celebraré que alguien se la juegue y arriesgue opinión con valentía. Y mucho mejor si esa persona es, de todos los seres humanos que existen sobre la faz de la tierra, muy probablemente quien más narrativa peruana contemporánea ha leído (y casi con seguridad, quien más escritores peruanos aparecidos en el siglo 21 ha entrevistado y reseñado). Releía el texto de Ruiz Ortega buscando una buena frase que acompañe este post. Pero había muchas. Casi todas. O todas. Sin embargo, hay que elegir. Creo que esa es la lección de esta reseña: hay que tomar partido. Nada de tibiezas ni medianías. Aquí un breve fragmento y debajo el enlace al texto completo:
“ Austin, Texas 1979 incomoda, fastidia. Para que me entiendas: su lectura es como si participaras de una sesión de Ayahuasca.
Esta sesión de Ayahuasca literaria la vemos en toda su plenitud en la segunda parte, que lleva el título de la novela. En lo personal, quedé hecho mierda. Ocurre que algunos somos producto del azar, de un camino distinto. Algunos sabiendo que son hechura de ese camino elegido, se dedican a vivir su vida, en cambio otros, como Pablo, indagan en el por qué de esa elección que otros tomaron.
Líneas atrás dije que Austin, Texas 1979 le hace bien a la narrativa peruana.
Y le hace bien por su contundencia. La novela que nos reúne está muy alejada de ser lo menos malo que se publica entre nosotros. Sácate esta idea de la cabeza: Austin, Texas 1979 es un antes y un después para la narrativa peruana última…”